viernes, 23 de marzo de 2012

COMMODITIS Y MEGAMINERAS

América Latina
Consenso de los commodities y megaminería
por Maristella Svampa
En el último decenio, América Latina realizó el pasaje del Consenso de Washington, asentado sobre la valorización financiera y una política generalizada de privatizaciones, al Consenso de los Commodities, basado en la extracción y exportación de bienes primarios a gran escala, sin mayor valor agregado, hacia los países más poderosos. Al compás de una nueva división territorial y global del trabajo, el Consenso de los Commodities cerró la etapa del mero ajuste neoliberal y abrió a otro ciclo económico en América Latina, caracterizado por las altas tasas de crecimiento y las ventajas comparativas, -que en líneas generales persisten, aún en el marco de la reciente crisis económica y financiera global-, gracias al boom en el precio de las materias primas.
Convertido en algo más que un orden económico, el Consenso de los Commodities fue definiendo un espacio de geometría variable, que habilita cierta flexibilidad –hasta donde la globalización lo permita- en cuanto al rol del Estado-nación, según las orientaciones político-ideológicas de los gobiernos, sobre la base común de un acuerdo acerca de lo que se entiende por Desarrollo (matriz productivista, modelo primario-exportador), así como de la aceptación acrítica del rol histórico asignado a América Latina (“sociedades exportadoras de Naturaleza”, como afirmaba el venezolano Fernando Coronil).
Sin embargo, por encima del discurso triunfalista y del retorno de una ideología desarrollista como gran relato, la contracara de este proceso de adaptación de las economías latinoamericanas, ha sido la creciente consolidación de un estilo de desarrollo extractivista, ligada a la sobre-explotación de recursos naturales no renovables y a la expansión de las fronteras hacia territorios antes considerados como improductivos. El extractivismo resultante contribuyó a agravar aún más el patrón de distribución desigual de los conflictos sociales y ecológicos entre, por un lado, los países del centro y las potencias emergentes y, por otro lado, los países periféricos. En consecuencia, impacto socioambiental mayor y explosión generalizada de la conflictividad, aparecen como rasgos inherentes a dicho estilo de desarrollo.
Por cuestiones vinculadas con las características negativas del modelo, potenciado cada vez más por razones de índole histórica -la memoria larga del saqueo colonial-, la megaminería metalífera a cielo abierto se convirtió en la actividad extractiva más cuestionada por las poblaciones latinoamericanas. No obstante, lejos estamos de asistir a una oposición contra todo tipo de minería. Las poblaciones, se trate de comunidades campesino-indígenas o de asambleas de vecinos, multiétnicas y policlasistas, en pequeñas y medianas localidades, se oponen a un modelo de minería metalífera: el sistema de explotación minera a cielo o tajo abierto (open pit). Dicho sistema, hoy generalizado frente al progresivo agotamiento a nivel mundial de los metales en vetas de alta ley, utiliza técnicas de procesamiento por lixiviación o flotación, esto es, sustancias químicas contaminantes, y requiere de enormes cantidades de agua y energía. Hay que tener en cuenta que, debido a la aplicación de dichas tecnologías, América Latina es una de las regiones que tiene las reservas minerales más grandes del mundo, lo cual explica que, en 2011, haya concentrado el 25% de la inversión mundial en exploración minera [1]
Ahora bien, el cuestionamiento a la megaminería no se refiere exclusivamente al uso de tecnologías lesivas en relación al ambiente. Uno de los rasgos principales de este tipo de minería es la gran escala de los emprendimientos, lo cual nos advierte sobre las grandes inversiones de capital que exige (se trata de actividades capital-intensivas, antes que trabajo- intensivas), el carácter de los actores involucrados (grandes corporaciones trasnacionales, que controlan la cadena a nivel global), así como de los mayores impactos y riesgos –sanitarios, ambientales, sociales, económicos- que dichos emprendimientos conllevan. Asimismo, otro de las consecuencias es la consolidación de economías de enclave, visible en los escasos encadenamientos productivos endógenos y la fuerte fragmentación social y regional, lo cual termina configurando espacios socio-productivos dependientes del mercado internacional y de la volatilidad de sus precios.
Es entonces esta combinación de aspectos – máxima expresión del despojo económico y destrucción ambiental-, lo que convierte a la megaminería en una suerte de figura extrema, símbolo del extractivismo depredatorio. A esto hay que sumar el establecimiento de “áreas de sacrificio”, con lo cual los territorios intervenidos aparecen como “socialmente vaciables” y desechables, en función de la rentabilidad y la mercantilización, lo cual posteriormente repercute y tiene efectos visibles sobre los mismos cuerpos. En consecuencia, la minería metalífera a gran escala es muy cuestionada, no por falta de cultura productiva o simple demonización de la actividad, sino porque las poblaciones comprenden que ésta constituye una síntesis acabada del maldesarrollo, que pone en riesgo la vida presente y futura de las poblaciones y los ecosistemas.
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http://www.cetri.be/spip.php?article2573&lang=es

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