domingo, 8 de abril de 2018

AGUA EN EL SUR DE COCHAMABA , una tragedia diaria


 El sur vive cada día su propia batalla para acceder al agua / Cochabamba
FOTO Jacqueline llena su caldera para hacer hervir el agua que su familia beberá en el transcurso del día, ella también compra agua en botella. JOSÉ ROCHA | JOSÉ ROCHA
Laura Manzaneda
“Me ‘micho’ (mido) lo más que puedo, soy la que más cuida el agua”, contó Jacqueline Pecho, una mujer que vive en la zona de Sivingani Alto, uno de los barrios de la zona sur que no tiene acceso al agua potable, al igual que el 45  por ciento de la población en la urbe.
Siguió: “Cuando llueve agarramos el agua en todo lo que podemos”. De esa forma y con la compra del líquido de las cisternas se garantiza el consumo mínimo para su familia de siete integrantes. Su hogar subsiste con tres turriles, cada uno de 200 litros, a la semana.
El lugar
 Son las 15:30 y el sol está en su máximo esplendor en Sivingani Alto, ubicado al sur a una hora de viaje en transporte público. Hay que ir por la avenida Panamericana, después seguir el camino a Santiváñez, luego de cuatro kilómetros de recorrido hay que doblar a la derecha y de ahí en adelante son caminos de herradura hasta llegar al lugar.
 Si algo caracteriza a la zona son las casas precarias, de medias aguas, turriles y tanques dispuestos en sus calles pedregosas. También se observan mangueras para transportar el líquido hasta sus viviendas.
Los vecinos ubican sus turriles en las calles, porque las casas están en una pendiente y los carros cisterna no pueden ingresar para depositar el agua. Empero, las vías en mal estado o la  falta de ellas también son un impedimento.
Para poder comprar el agua de las cisternas, Jacqueline debe caminar tres cuadras hasta la calle asfaltada para llamar a un aguatero, que casi siempre se niega a prestar el servicio  a no ser  que se les compre toda la cisterna.
Ante esta situación, recurre a una vecina que vive una cuadra más arriba, en una calle donde el carro cisterna puede acceder. Entonces, instala una manguera de 60 metros al grifo, conectado al tanque, y cuando ha llenado los tres turriles ella paga a su “samaritana” 8  bolivianos por cada uno.
En su casa de medias aguas tiene tres habitaciones, en su patio hay más de 10 baldes de 20 litros vacíos. Además, un turril oxidado justo debajo de la calamina para “cosechar”  agua. En la puerta de la cocina hay otro barril de metal,  tapado con plástico y una liga. Y dentro hay otro tacho con agua más limpia para cocinar.
Ante la falta de agua, la familia está una semana sin lavar ropa y sin realizar tareas tan sencillas como lavarse la cara o  los cubiertos.
 Sólo algunos vecinos en la zona tienen agua de cooperativa, pero para poder ser socia, Jacqueline, debe pagar 500 dólares, dinero con el que no cuenta.
 “Yo no tengo ese dinero, me han dicho que puedo pagar 300 primero y en una semana los 200, pero igual es mucho”, dijo.
Jacqueline y su esposo  tienen cuatro hijas y también vive con suegra, así que se trata de una familia de siete integrantes. Cada turril de agua tiene 200 litros, por lo que, tienen 600 para una semana, menos de un metro cúbico o 1.000 litros.
La situación de la familia de Jaqueline y otras del sur son similares, pero su modo de vida no cambiará en al menos dos años, tiempo en que la red de aducción que llevará agua de Misicuni estará lista.
En la zona de Sivingani se tiene previsto la instalación de un tanque para almacenar el líquido, pero  tampoco hay redes domiciliarias. “Esperamos que llegue el agua, me imagino que tendré que pagar menos de 500 dólares  por el agua”, aseveró.
Además, los vecinos cuidan bien sus tanques de agua, en algunos casos son recubiertos con tela y en otros les hacen una pequeño techo con ramas, todo eso para que el sol, que parece ser más fuerte en la zona, no los deteriore. Cada casa tiene al menos dos turriles, cantidad que sólo compite con la de perros que hay en las calles.
Ésa es la situación de las familias de la zona sur a 18 años de la Guerra del Agua, que se registró el año 2000.
Jaquelin siempre vivió en zonas del sur donde no llega agua por cañería, por lo que la elevación del costo del líquido cuando se privatizó Semapa no la afectó, pero los beneficios anunciados luego del hecho histórico tampoco le han llegado, por lo que, ella continuará viviendo en esas condiciones librando cada día su propia batalla para acceder al agua.
Durante las protestas más de 200 “guerreros” del agua fueron heridos y  el joven Víctor Hugo Daza (17) murió herido de bala.
FOTO Una casa en Alto Sivingani, los turriles, baldes y bidones son utensilios básicos.
JOSÉ ROCHA
 “Errores después de la Guerra del Agua”
Gonzalo Maldonado Asieme
Los errores después de la Guerra del Agua fueron haber propuesto de gerente de Semapa a Jorge Alvarado, haber aceptado que la Alcaldía tome a su cargo el ‘juguete’ Semapa y no participar como Coordinadora del Agua para dirigir y trabajar para que ese comité formule la estrategia de solución de agua para Cochabamba.
Al poco tiempo, la gestión 2002, empezó el movimiento político, los dirigentes ingresaron al MAS como el mismo Jorge Alvarado, pese a que fue funcionario de Geobol con ADN, y otros activistas de la época, del sector transportista, docentes universitarios.
FOTO Jacqueline tapa su turril de metal con plástico para que el agua no se ensucie.
JOSÉ ROCHA
Guerra del Agua
En septiembre de 1999, la multinacional Bechtel firmó un contrato con Hugo Banzer, presidente de Bolivia, para privatizar el servicio de suministro de agua.
El trabajo fue  adjudicado a una empresa denominada Aguas del Tunari, un consorcio empresarial formado por Bechtel (que participaba con el 27,5 por ciento), la firma norteamericana Edison, las empresas Politropolis,  Petricevich y SOBOCE S.A., así como el consorcio español Abengoa S.A. (25 por ciento).
Poco después, surgieron quejas sobre el aumento de las tarifas en más de un 50 por ciento. Todo culminó en las protestas de la Guerra del Agua el 2000. TOMADO DE LOS TIEMPOS DE BOLIVIA

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